Tan inverosímil como sorprendente, la aparición de este cuadro de Velázquez, completamente desconocido, sí que añade algo a lo que sabemos sobre la visión del pintor como observador de la naturaleza.

La inmediatez, la frescura y también la penetración desarmada de esta imagen no pueden más que sorprendernos de un pintor tan joven que encapsula la realidad plástica de una manera tan genial como personal.

La vida misma.

No hacen falta explicaciones o comparaciones estilísticas, muchas veces innecesarias
o pedantes, para defender la autoría de este retrato.

Basta la presencia del espectador ante esta pintura que, al fin y al cabo, no es más que un engaño en dos dimensiones, para despertar nuestros sentidos y así intensificar y enriquecer nuestra existencia.
Jonathan Brown en sus "Reflexiones de un hispanista a la sombra de Velázquez" dice que las últimas obras que se han aceptado como auténticas de Velázquez eran evidentemente menores y añadían poco a lo que sabemos o entendemos del pintor. Dudaba que volviera a salir al mercado una obra importante de Velázquez a no ser que el Duque de Westminster decidiera vender su "Lección de equitación del Príncipe Baltasar Carlos". La pintura aquí presentada, de la época juvenil del pintor, por pequeña que sea, sí añade algo a lo que entendemos y sentimos sobre él y a la vez sirve para confirmar estilísticamente la autoría de la "Inmaculada" de Focus-Abengoa que, incomprensiblemente, había sido atribuida por algunos a Alonso Cano.

Desgraciadamente hoy en día hay una tendencia de especializarse en un pintor o en una escuela, olvidando lo que los alemanes llaman "Weltanschauung" o "visión general del mundo"-la importancia de ver el bosque antes de analizar los árboles.

En una carpeta aparte, a disposición de los interesados hay radiografías e ilustraciones
comparativas con detalles.